¿QUIÉN ESCRIBE?

CARTA A UN PADRE

Este blog lo escribe Víctor García Fernández, hijo de ‘El Brasileño – El Brasileiro’ en su honor.

La investigación histórica, recopilación de artículos publicados, comentarios escritos y fotografías de este Blog son obra de su hijo: “La creación, estructura y transcripción escrita de este Blog, ha sido el resultado del cariño y admiración por la vida de sacrificio y sufrimiento de mi padre.”

Me llamo Víctor y soy hijo del matrimonio formado por M.ª de los Ángeles Fernández Roces y Víctor García García. Llegué a este mundo recién terminada nuestra guerra civil, en un pueblecito llamado Campurru, situado en el Concejo de Langreo (Asturias). Fue un mal momento el que eligió mi destino: mi padre se hallaba en la clandestinidad buscado con ahínco por los sabuesos franquistas; y mi madre estaba sometida a la represión vengativa fascista que la agredía físicamente, hasta torturarla, para que dijese dónde se encontraba su marido, y de paso purgase “la culpa” de haber sido miliciana comunista.

Nací en la casa de mi abuelo materno, humilde minero, y lo primero que oí sin entender fue una polémica entre mi dolida madre y la persona, no profesional, que había ayudado a la expulsión de mi confortable seno materno. Me calificó de niño feo y grandote. Y mi madre rebatió su parecer abrazándome y mirándome con arrobo y deleite.

El hogar al que había llegado era muy pobre. El sueldo de mi abuelo era muy exiguo para alimentar a cuatro personas (también estaba la tía Ascensión, soltera, que era la que cuidaba a toda la familia). El pueblo, su gente, nos ayudó regalando ropa usada para vestirme y leche de asna propiedad de una tía de mi madre, para completar mi dieta.

Humilde casa de El Campurru donde nació el hijo de “el Brasileiro”

Dadas las circunstancias de penuria en que vivíamos, mi madre una vez recuperada de mi alumbramiento, se puso a trabajar portando cestos de carbón desde los trenes de mercancías a las proximidades de los altos hornos de los talleres “El Conde”, situados en Sama de Langreo.

El jornal era escaso y el hambre persistía en la casa. Encontró una oferta en Argüero (Villaviciosa-Asturias) en un caserío con tierras y ganado. Aportaba su trabajo sin sueldo y los dueños nos alimentaban a madre e hijo.

Ilustración de Andrea Ordóñez Brión

Y un feliz día mi padre nos llamó a su lado. Y alegres nos fuimos a Galicia a vivir en su compañía en una humilde casita situada en el barrio “El Calvario” en Vigo. Corría el año 1946. Yo tenía 4 años de edad. Fui muy dichoso. Hablaba gallego, impuesto por mi padre, y tenía prohibido comunicarme con extraños. Mi madre por las mañanas trabajaba de sirvienta. Me quedaba solo en la casa contemplando los barcos del puerto de Vigo, disparando con un tirachinas y cuidando a mi “camarada” el puercoespín. Mi padre nos visitaba esporádicamente y por tiempo muy limitado. Me quería mucho, aunque era duro conmigo cuando no había cumplido con los deberes que me había puesto. Con su asesinato volvimos de nuevo a casa de mi abuelo en el Campurru.

Mi madre empezó a trabajar vendiendo pan por las calles de Sama de Langreo, tirando por un carrito. Yo empecé a ir a la escuela pública del pueblo. La maestra apreció en mi cierta inteligencia aprovechable y rogó a mi madre que hiciese todos los esfuerzos posibles para que
no abandonase los estudios. ¡Más esfuerzos! ¡Pobre madre, con el hambre que pasábamos! Por amor hacia mi hizo que aceptase la propuesta.

Amelí la profesora me preparó a base de golpes y esfuerzo, y me presenté al examen de ingreso del bachillerato en el instituto de Sama de Langreo. Saqué sobresaliente (junto con Eduardo Úrculo, que posteriormente sería un afamado pintor y escultor). Ambos nos presentamos a la tarde a otro examen para matrícula y él me venció. Llantina.

Para empezar el primer curso logré una beca de la Sociedad Metalúrgica Duro-Felguera. Para mantenerla debía sacar en todos los cursos un promedio de notable. Y lo logré.

Acabé el bachillerato y se me antojo estudiar para piloto militar de aviación. Me denegaron la solicitud por antecedentes políticos.
Decidí entonces estudiar medicina. Solicité y me concedieron una beca denominada de “igualdad de oportunidades” de concurso nacional. Me licencié en la Facultad de Valladolid después de haber pasado en una humilde pensión frio en invierno y hambre durante todos los cursos (la beca no era muy elevada).

Con el título recién estrenado opté por especializarme en Cirugía. Mi madre seguía vendiendo pan y pasando hambre para enviarme todos los meses unos botes de leche condensada.

Acudí al Hospital de Valdecilla (Santander) y aprobé el examen para ingresar en el servicio del Dr. Manzano. Pasado un año, el Hospital de Cruces (Baracaldo-Vizcaya) me ofreció una plaza de residente si lograba pasar las pruebas de admisión. Tuve suerte. Acabado el tiempo de residente estipulado, y con el título de Cirugía General y del Aparato Digestivo, me presenté a la plaza de Cirujano Adjunto con éxito.
Pasados unos años, con experiencia médica y quirúrgica consolidada, quedó vacante la plaza de Jefe de Cirugía en el mismo centro. Me examinaron y me aceptó el Tribunal como apto para desempeñar ese puesto de gran responsabilidad. A la par me examiné en la Facultad de Medicina del País Vasco para “profesor asociado”. También fui aceptado con nota. Empecé a dar clases de Patología Quirúrgica desde cuarto a sexto curso.

El paso siguiente fue opositar a Adjunto de Cátedra, peldaño inferior a Catedrático. Y lo logré.

Como Jefe de Cirugía del Hospital de Cruces y Adjunto de Cátedra participé en congresos de cirugía celebrados en diferentes ciudades españolas presentado ponencias, comunicaciones, conferencias…He publicado en nombre del Servicio de Cirugía trabajos médico-quirúrgicos, y he dado, siempre en base al trabajo realizado junto a mis compañeros de equipo, conferencias en el extranjero sobre técnicas innovadoras realizadas en nuestro servicio de Cirugía del Hospital de Cruces: Belgrado (Yugoslavia), Viena (Austria), Tours (Francia), y en Italia, en un hotel situado en el norte, a lado del lago Maggiore, cuyo nombre no recuerdo. Allí nos reunimos veinte especialistas de distintos países para opinar sobre el diagnóstico y tratamiento del cáncer de esófago y páncreas, dos de los más letales.

Y este es el resumen de mi trabajo vocacional, siempre impulsado por el amor y el recuerdo de mis padres y su sacrificio por hacer de su hijo un hombre honrado y útil a la sociedad, siguiendo sus enseñanzas. Creo haberles satisfecho buscando como ellos el bienestar de la Humanidad, si bien siguiendo un camino diferente pero que confluyó en el mismo fin.

Scroll al inicio